ELÍAS EL QUE TIEMBLA
La cama se movía como si dos jóvenes retozaran en ella sin pudor; como si muchos perritos subieran y bajaran de ella, juguetones; como si un terremoto meneara el edificio como una niña asustada menea a su madre dormida; o como si un niño no pudiera dejar de temblar. Nuestros ojos lectores no son capaces todavía de discernir el motivo, ya que una manta cubre la muy posible camada de perritos agitados y peludos. Lo que sí podemos ver es el evidente y constante movimiento que en la cama se está dando. Dos pies se destapan y quedan colgando al borde de la cama; qué pena, descartamos la idea de los perritos. ¿Les gustaba? ¿A quién no? Pero nuestra historia no trata de perritos, se lo digo yo, que soy su narrador. Espero, como narrador, que no trate tampoco de un terremoto, pues el inconsciente se ha quedado quieto, con los pies colgando. ¡Corre, condenado, pues podrías morir aplastado! Los pies, sin embargo, siguen colgando. Tal vez me haya apresurado; no parece que ningún terremoto est...