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Mostrando entradas de febrero, 2020

SOLEDAD Y AMARGURA A LOS 20 AÑOS DE EDAD

¡Ay, si fuese tan sencillo llenar el espíritu de rayajos de tinta negra como lo es llenar el papel de sentimientos humanos! Duelen las caricias al pasar, duelen cuando se van, duelen al no estar… Y yo, sin esperarlo, me convierto en soledad y melancolía, grito a escondidas los sobrenombres del atractivo para cautivar algún nuevo corazón. Creo, inocente y cándido, que sé de muchas cosas. ¿Qué es saber, oh sabio? Tú que sabes dime, ¿qué es saber? Pero no, no me lo digas, no sea que despierte demasiado temprano y el clarear del día ilumine cosas que no quiero ver. Solo soy un niño, un niño feo y repugnante con la gorra entre las manos y los pies ensombrecidos. He conocido el amor. He portado el amor en mi sombrero nuevo y, sonriente, me he arrugado hasta morir. La nada lo invadió todo. Ni una luz, ni un gesto. No quise volver a mirar, temía andar demasiado lento y disfrutar del paisaje pero, ¡oh, ignorante!, ¿no te das cuenta de que al caminar el mundo se mueve? ¿Qué es el mundo si no ar

LA COSTUMBRE

Cada día, el rey escorpión le cortaba las colas a las lagartijas. En el desierto no había para ellos más que escasez, calor y constancia, la lineal e irrefrenable constancia del tiempo. Y por esta constancia caía la noche y se levantaba el día. El rey escorpión sabía que las lagartijas salían a calentar su cuerpo de sangre fría por la mañana. ¡Tic, tic! ¡Tic, tic! El rey escorpión se acercaba, como todos los días, accionando sus pinzas. Nuestra lagartija seguía calentando su cuerpo al sol a pesar de escuchar el advenimiento de su eterno enemigo. Pasiva, indiferente e inútilmente indignada en silencio, no contestó al rey escorpión cuando este le dijo: —¿Puedo? Nuestra lagartija estiraba su cabeza al sol, como una bailarina de tango que rechaza a su pareja al mismo tiempo que le ofrece su poderoso lecho. Esta era la indiferencia de nuestra lagartija mientras el rey escorpión rondaba su cuerpo en dirección a su parte trasera. ¡Tic, tic! Volvieron a sonar las pinzas y, entonces…